En ocasiones, el condenado acepta su situación. Comprende que su misión es compleja, pues no tiene misión; comprende que su existencia es ardua, mas no existe.
En ocasiones, lanza una mirada atrás. Y, a través de las luces, el asfalto y los humos de coche, observa que todo es como era. Todo menos él. Sus cadenas le anclan a otro mundo, un mundo oscuro, frío y lánguido. Obligado a abandonar su vida, obligado a observarla en la distancia.
En ocasiones, el condenado grita de rabia. Y su lamento quiebra las campanas y retuerce los cristales. Y mientras se ahoga en agua salada, su tormento se pasea ofuscado entre los vivos.
En ocasiones, el condenado mira a su alrededor y no ve nada...